Barreras de comunicación en la abogacía: Nuevos abogados, viejos hábitos

Para lograr estos cambios debemos reconocer la presencia de una curva de aprendizaje. / Crédito de la imagen: www.canva.com
Para lograr estos cambios debemos reconocer la presencia de una curva de aprendizaje. / Crédito de la imagen: www.canva.com
Las viejas prácticas pueden ser una barrera de comunicación para los abogados.
Fecha de publicación: 21/08/2023

Recientemente leí "Hábitos Atómicos", de James Clear. Este libro anima y enseña a hacer esos pequeños pero significativos cambios que siempre quisimos realizar. Me encantó la manera en que el libro no solamente ofrece recomendaciones sobre cómo generar nuevos hábitos, sino que también nos ayuda a ser conscientes sobre las razones detrás de por qué adoptamos y conservamos viejos hábitos, incluso cuando no son buenos para nosotros. 

A medida que avanzaba en la lectura, pude reflexionar sobre nuestra forma de comunicarnos como abogados: muchas veces tiende a ser innecesariamente compleja, tanto en nuestras interacciones internas como en aquellas con el resto de “los mortales”.

En mi carrera he ido recogiendo opiniones de muchos profesionales y estudiantes sobre barreras de comunicación construidas y creo que, finalmente, he logrado tener una idea relativamente clara sobre cuáles son esas barreras. 

Sin embargo, es importante aclarar que al mencionar las barreras de comunicación no me refiero únicamente a aquellas que obstaculizan la comprensión de nuestros mensajes. Mi enfoque abarca también aquellas barreras que, de manera aún más preocupante, impiden cimentar relaciones más estrechas, cercanas y efectivas, tanto entre nosotros como con nuestros interlocutores.


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Una de estas barreras es el uso de latinismos y palabras rebuscadas. Nuestros escritos, audiencias orales, resoluciones e informes están sobrecargados de términos como "otrosí digo", "máxime", "sublitis", "subjudice", "a quo", "a quem", entre otros; términos que incluso a los propios abogados nos cuesta comprender.

Otra de las barreras que he observado es el uso del lenguaje condicional al exponer un análisis o incluso una opinión a nuestros clientes. Este es el caso, entre otros, de la frase "yo entendería que" y su variante "se entendería que", que se emplean como mecanismos de evasión de responsabilidad y reflejan el temor al error.

Otra barrera que he identificado en estos últimos años es el innecesario uso de anglicismos en el lenguaje legal. En ocasiones su empleo está justificado, particularmente cuando se hace referencia sobre documentos escritos en inglés, cuando hay transacciones con partes no hispanohablantes o cuando no hay un término más adecuado en español. Sin embargo, temo que estos casos son la minoría.

Así, nuestro lenguaje abusa de vocablos como "en-di-ei" (NDA) para referirse a los acuerdos de confidencialidad, "diːl" (deal) para mencionar transacciones o negociaciones, o "æfəˈdeɪvət" (affidavit) al hablar de una declaración jurada. Y mejor detengámonos aquí antes de llegar a "ín-haʊs-ˈlɔɪər" (in-house lawyer) o "lɔː-fɜːrm" (law firm).


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Esta no pretende ser una cruzada por erradicar de nuestro lenguaje este tipo de vocablos, sino solamente reflexionar si esta forma de comunicarnos responde a viejos hábitos adoptados y detectar las razones que subyacen a su creación y conservación, es decir, poder descubrir qué nos anima a seguir usándolos.

Clear afirma que el efecto de nuestro entorno en la conducta y en la creación de hábitos es indiscutible, modelando nuestra identidad personal y colectiva. Así, las normas de nuestro entorno son muchas veces seductoras, generando una marcada tendencia a imitar a los grupos de personas cercanas, a los grupos numerosos y a los grupos poderosos.

Esta idea me resultó sumamente aplicable a los abogados, quienes tenemos una tendencia natural a crear e identificar este tipo de grupos en nuestras relaciones sociales y profesionales.

Nuestro entorno particular se caracteriza por tener un espacio académico universitario tradicional, una marcada dependencia de las decisiones judiciales y administrativas, relaciones laborales muy verticales, una competencia profesional feroz, una tolerancia al error casi inexistente y, especialmente, una desmedida admiración por las posiciones de poder profesional.

La adopción y conservación de viejos hábitos puede incluso llegar a ser una manifestación de un deseo aspiracional, donde adoptamos hábitos como requisitos necesarios para alcanzar una posición específica que nos defina como profesionales. En esta misma línea, Clear reconoce que existe una tremenda presión social para cumplir con las reglas del grupo, en muchas ocasiones preferimos imitar el comportamiento del grupo para ser aceptados en lugar de hacer las cosas de manera diferente y ser objeto de cuestionamiento.


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He observado que en el sector legal es común optar por seguir viejas prácticas y mantener la pertenencia al grupo, en lugar de trazar nuevos caminos y actuar de manera independiente, por temor a ser etiquetados como poco serios.

Ahora bien, si lo expuesto hasta este punto tiene sentido para nosotros, ¿qué nos toca hacer? No podemos limitarnos a analizar y aceptar una realidad que en el fondo no deseamos. Clear sugiere que para lograr estos cambios debemos reconocer la presencia de una curva de aprendizaje que debemos recorrer. En esta curva, la repetición de las acciones que forjen una nueva forma de comunicación adquiere un papel importante, ya que nos permite automatizarlas y hacer que sean casi imperceptibles.

Este esfuerzo demanda mucha voluntad y constancia, tanto a nivel personal como grupal. De manera inmediata, es posible que no recibamos ningún reconocimiento por nuestra contribución "disruptiva", en su lugar podríamos enfrentar numerosos cuestionamientos.

Finalmente, es importante entender que abandonar viejos hábitos de comunicación conlleva un compromiso de autorregulación. Esto implica esforzarnos por mantener la coherencia entre lo que consideramos mejor para nosotros mismos, para la profesión legal y para la sociedad en su conjunto.


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Todo esto me llevó a recordar la teoría viral de los carritos de supermercado. ¿Por qué dejamos el carrito de supermercado abandonado en cualquier lugar del estacionamiento después de usarlo, en lugar de devolverlo al punto de donde lo tomamos? Algunos creen que esta teoría es un indicador de la capacidad de una persona para autogobernarse. Devolver el carrito al área designada es una tarea sencilla y reconocida como lo correcto, pero pocos lo hacen debido al esfuerzo que conlleva y a la ausencia de recompensas por hacerlo, así como a la falta de consecuencias por no hacerlo.

Esta teoría plantea que nuestra actitud ante el carrito de supermercado vacío define nuestro papel en la sociedad, en nuestro entorno y en nuestro ambiente. Nos invita a meditar sobre lo que estamos dispuestos a hacer, no por obligación sino por elección, sin esperar recompensas, y con la certeza de que estamos haciendo lo correcto.

Por esta razón, considero importante reflexionar sobre nuestros hábitos de comunicación y comportamiento. No deberíamos aceptarlos como inmutables o, aún peor, como rasgos definitorios de nuestra identidad. Preguntémonos: ¿cuántos carritos de supermercado hemos dejado abandonados en el desarrollo de nuestra profesión legal? Y ahora, ¿estamos dispuestos a colocarlos de nuevo en su lugar?

*Antonio Sántander es fundador y director ejecutivo de Canvas Legal, vicepresidente de la Asociación Latinoamericana de Gerencias Legales y catedrático universitario de Pacífico Business School, CENTRUM-PUCP y la Universidad San Ignacio del Loyola ([email protected]).

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