La evolución de la propiedad privada y la economía colaborativa

El sueño americano se vio afectado por la crisis de 2008, foto referencial / Banco de imágenes de Unsplash, Michael Pierce
El sueño americano se vio afectado por la crisis de 2008, foto referencial / Banco de imágenes de Unsplash, Michael Pierce
La posesión individual hoy convive con un esquema colaborativo con apertura al conocimiento y al desarrollo
Fecha de publicación: 10/06/2020
Etiquetas: propiedad, COVID-19

El derecho a la propiedad privada, reconocido mundialmente, no resulta ajeno al paso del tiempo y a los sucesivos cambios económicos, sociales y culturales. Mientras su raíz etimológica se encuentra asociada con la prosperidad, la estabilidad y lo privado, existe una tendencia actual a asociarlo con la libertad, la flexibilidad y lo compartido o colaborativo, sobre todo en las nuevas generaciones. En esa línea, surge el nuevo paradigma de lo que podríamos llamar la no propiedad entendida no como la inexistencia del derecho de propiedad, sino como la falta de motivación de ciertas personas a convertirse en dueños de algunos bienes.

En ese sentido, algunos estudios europeos muestran que, por ejemplo, en los últimos 35 años el porcentaje de adultos de entre 25 y 34 años que son propietarios de una casa o departamento disminuyó a la mitad. Tendencias similares se observan respecto de otros bienes, en particular, aquellos más onerosos. Por supuesto que esta tendencia no se explica solo por un tema de voluntad. También existen motivos económicos que van desde alquileres costosos que desvirtúan cualquier capacidad de ahorro, condiciones más estrictas para el otorgamiento de créditos, hasta ciertos temores basados en experiencias pasadas. En Estados Unidos, por ejemplo, el sueño americano de la casa propia se vio muy afectado por la crisis financiera del 2008. Desde entonces los créditos hipotecarios -que antes eran vistos como una gran oportunidad- son evaluados con mayor cuidado.

Las encuestas también muestran que las nuevas generaciones suelen dar mayor relevancia a las vivencias por encima de cualquier tipo de adquisición o posesión material. Es decir, prefieren, por ejemplo, viajar alrededor del mundo y crear experiencias de vida. Recuerdos en lugar de bienes. Todo esto también está atado a la tendencia de cambiar regularmente los lugares donde vivir, trabajar o ir de vacaciones; algo que en muchos países era poco frecuente hace algunas décadas. A su vez, esto está asociado a la idea de que las nuevas experiencias brindan más felicidad que la compra de bienes materiales, lo cual se basa en distintas razones. Por ejemplo, la posesión de bienes trae aparejada la preocupación por su mantenimiento que podría representar un ancla pesada que inmoviliza a su titular y, al mismo tiempo, requiere su atención constante. Por otro lado, el deterioro inevitable de las cosas puede -y generalmente logra- generar malestar a su dueño. Por el contrario, quienes participan de este nuevo paradigma sostienen que las experiencias traen consigo una dinámica propia y que no disminuyen su valor. Más aún, nadie ni nada -más que el olvido- puede robarlas, deteriorarlas o destrozarlas. En este entendimiento, podría aventurarse que el éxito ya no lo acredita la posesión sino el cúmulo de experiencias.

Frente a esta nueva dinámica entre las personas y los bienes es más fácil comprender la actual readaptación de la propiedad. Si miramos un poco la historia, vemos que los años setenta dieron origen al entonces revolucionario concepto de tiempo compartido con el que probablemente todos tengamos una experiencia personal cercana. Luego siguió la economía colaborativa (sharing economy, peer economy o gig economy) entendida como aquella conformada por modelos de producción, consumo o financiación que se basan en la intermediación entre la oferta y la demanda generada en relaciones entre iguales (P2P o B2B) o de particular a profesional, a través de plataformas digitales que no prestan el servicio subyacente. La idea es que un mayor número de personas aproveche los bienes disponibles, mientras su dueño recibe una retribución por ello.

Hoy, gracias a la economía digital, la propiedad colaborativa se extiende a casas, autos o herramientas manuales o tecnológicas, que abarcan desde el alquiler de ropa, hasta aplicaciones mundialmente conocidas como Uber o Airbnb. Del mismo modo puede considerarse a Rappi, Glovo o PedidosYa como nuevas alternativas al servicio fijo de delivery o mensajería tradicional y que han cobrado mayor importancia durante la pandemia de COVID-19 como herramientas esenciales para el envío de todo tipo de bienes. También ha crecido el mercado de los alquileres temporarios de oficinas como, por ejemplo, WeWork y modelos similares. La mayoría de estos nuevos modelos de negocio, que son en muchos casos sobre los que se asienta el cambio de paradigma, ha podido desarrollarse y existir gracias a los grandes avances de la tecnología. 

De todos modos, creo que es importante marcar algunas diferencias geográficas ya que estos fenómenos suelen darse mayormente en lugares donde mudarse de ciudad, país o trabajo se da de forma más regular y, en consecuencia, se justifica no atarse a una casa en particular con pagos a lo largo del tiempo. También parecen manifestarse más en países con economías más estables y que no suelen atravesar crisis económicas. En los que atraviesan crisis económicas de forma habitual, como los países de Latinoamérica, es común que exista una preferencia por asegurarse la propiedad de una casa o un auto. Finalmente, tampoco escapa a este cambio la creciente promoción del consumo racional vinculado al medioambiente y a la llamada economía circular. 

En definitiva, todas estas premisas y nuevas realidades muestran un cambio respecto del concepto tradicional de propiedad. La celosa posesión individual hoy convive con un esquema colaborativo, de apertura al conocimiento y al desarrollo. El uso y acceso demandan una mayor atención de los consumidores hoy en día. El tiempo nos mostrará finalmente cómo evolucionará nuestra relación con la propiedad después de esta pandemia.  

*Diego Fernández es socio en Marval O’Farrell Mairal.

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