3 leyes de derechos de autor que protegieron a las mujeres en el anonimato

Charlotte, Emily y Anne Brontë tuvieron que firmar como Currer, Ellis y Acton Bell / Wikimedia Commons
Charlotte, Emily y Anne Brontë tuvieron que firmar como Currer, Ellis y Acton Bell / Wikimedia Commons
Estados Unidos consagró en 1790 la primera Ley de Derechos de Autor para fomentar la educación por medio de la impresión de libros
Fecha de publicación: 08/03/2023

“En la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer”, dijo Virginia Woolf. No es un secreto que, en la historia de la literatura, las artes y las ciencias, los nombres de mujeres hayan sido censurados sin tener la oportunidad de registrar sus obras o invenciones como creadoras. Las libertades de ahora se han obtenido con reconocimiento ganado a través de luchas sociales que se reflejan en las leyes.

Estas son 3 ejemplos de leyes que se han aprobado para reconocer el trabajo de las mujeres con creadoras:

1) El Estatuto de la Reina Ana

Una de las prácticas más comunes adoptada por las escritoras, dentro de la literatura, fue firmar bajo seudónimos masculinos sus obras para poderlas publicar. Es así como, en Reino Unido, por ejemplo, las hermanas Charlotte, Emily y Anne Brontë firmaron como Currer, Ellis y Acton Bell, y Mary Ann Evans se convirtió en George Eliot.

Tomando en cuenta que el primer reglamento de derechos de autor del mundo se creó en Inglaterra, cuando la Reina Ana promulgó, en abril de 1710, An Act for the Encouragement of Learning, by vesting the Copies of Printed Books in the Authors or purchasers of such Copies, during the Times therein mentioned, ninguna de estas cuatro escritoras británicas debió haber tenido que publicar bajo un seudónimo; sin embargo, aunque las leyes de copyright estaban de su lado, no lo estaban otras leyes y limitaciones sociales. 

Registrar sus obras en esa época (las hermanas autopublicaron sus libros) les dio, a través del Estatuto de la Reina Ana —como también se le conoce—, no solo la propiedad de estas (hasta 1710 la propiedad de los libros la tenían los editores e impresores, quienes consideraban los derechos de autor como inversiones perpetuas) y la libertad de reproducción y difusión de sus obras, sino también protección a su copyright por 42 años (el Estatuto otorgó 14 años de protección hasta 1814, cuando pasó a dar 28 años, y desde 1842 otorgó 42).


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2) Ley de Enmienda de los Derechos de Autor (1844)

Otra ley que protegió a las Brontë, aunque firmaron bajo seudónimos, fue la Ley de Enmienda de los Derechos de Autor, de 1844, que se sumó a las más de 13 leyes relacionadas con el derecho de autor y la propiedad intelectual que el parlamento británico promulgó entre 1735 y 1875 y a los tratados de derechos de autor recíprocos que Reino Unido firmó con otras entre 1838 y 1844, incluido el que se convertiría en la Convención de Berna de 1886. 

Otro tanto le tocó a otras autoras europeas que tuvieron que firmar con nombres masculinos. Tal es el caso de Amantine Lucile Aurore Dupin, o George Sand, y Violet Page, o Vernon Lee, escritoras francesas que debieron “disfrazarse” de autores para ser tomadas en serio. Ambas fueron prolíficas y celebradas y, para el momento en que publicaron, las leyes francesas (proclamadas en el siglo XVIII) rezaban que el estado reconocía la preeminencia de los intereses del autor sobre los intereses de los libreros y editores.

De hecho, para Isaac-René-Guy Le Chapelier, político de la Revolución, el derecho de autor era “la más sagrada, la más inatacable y las más personal de todas las propiedades”, hermoso pensamiento técnicamente consagrado para los hombres.


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3) Ley de Derechos de Autor en Estados Unidos

En contraste con la ley francesa, estuvo la estadounidense, que consagró en 1790 la primera Ley de Derechos de Autor para fomentar la educación por medio de la impresión de libros y materiales de consulta y que, basada en el Estatuto de Ana, le dio a los autores estadounidenses el derecho a publicar, imprimir y reimprimir por 14 años y renovar por otros catorce, creando para ellos un entorno monopólico. Esta ley fue modificada en 1831, 1870, 1909 y 1976.

Cuando estas leyes estuvieron vigentes o, mejor dicho, durante el siglo XIX muchas mujeres se vieron forzadas a publicar bajo seudónimos en Estados Unidos como en Europa, porque la concepción de la feminidad descartaba la escritura como una actividad propia de quienes debían concentrarse en actividades más “trascendentales” como -digamos- buscar esposo. De hecho, el poeta británico Robert Southey le dijo en una ocasión a la mismísima Charlotte Brontë que “la literatura no puede ser el negocio de la vida de una mujer, y no debería serlo”.

Así tenemos que, a veces más para obtener reconocimiento como escritoras “serias” que porque les estuviera prohibido, muchas autoras optaron por el anonimato. Tal es el caso de Louisa May Alcott que prefería firmar sus novelas de suspenso bajo el mote de A.M. Barnard, para evitar la estigmatización asociada con la incursión de las literatas en géneros dominados por hombres.

Esta es la misma encrucijada a la que se enfrentó Alice Bradley Sheldon, o el escritor de ciencia ficción James Tiptree Jr., que escribía con este nombre para no recibir críticas por aventurarse en un género dominado por el género contrario. Para cuando Bradley escribió ciencia ficción ya había sido señalada por ser pionera en otras profesiones predominantemente masculinas y ya, confesó en algún momento, estaba agotada de eso. 

Que las mujeres sean señaladas si exploran escenarios 'reservados' para los hombres no es novedad, pero al menos la perseverancia es característica de muchas de ellas, y gracias a esto tenemos obras inolvidables.

Efecto Matilda
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