Este martes 3 de noviembre Estados Unidos votará por su próximo presidente. Además, elegirá a 34 de 100 senadores y a todos los miembros de la Cámara de Representantes. A pesar de la pandemia, más de 74 millones de personas ya han votado y se espera que al menos 198 millones emitan su decisión mediante correo postal, según una encuesta de The Washington Post.
A pesar de que el demócrata Joe Biden lleva una delantera de casi 10 puntos en las encuestas, el panorama es incierto. No solo porque hace cuatro años las mismas encuestas se equivocaron rotundamente con Hillary Clinton y Donald Trump, sino porque el actual presidente amenaza con llevar a los tribunales cualquier resultado desfavorable.
La combinación de Donald Trump, un partido Republicano complaciente, la pandemia, una sociedad polarizada y un sistema electoral poco claro es la receta perfecta para un desastre sin precedentes.
La clave está en el colegio electoral y no el voto popular (que Trump perdió en 2016). Este colegio electoral se compone de 538 ciudadanos cuya tarea es emitir el voto final sobre el próximo presidente. Cada Estado tiene un número de electores proporcional a su población y al número de representantes que tiene en el Congreso. Hay Estados cuyo voto es decisivo, por ejemplo, California tiene 55 votos; Nueva York 29; Texas 38 y Florida 29. En comparación, Alaska y Wyoming tiene el menor número de votos: tres.
El candidato ganador será el que obtenga 270 de los 538 votos electorales. Regularmente, los miembros del colegio electoral de cada Estado otorgan a los votantes ordinarios el total de la participación de la entidad.
Sin embargo, no se descarta la posibilidad de que los miembros del colegio electoral voten contra la opción popular. Este fue uno de los métodos que ayudó a Donald Trump a ganar las elecciones de 2016 cuando al menos siete electores colegiados votaron a su favor, en contra de la voluntad expresada en las urnas.
¿Qué pasaría si ninguno de los dos candidatos obtiene la mayoría de votos del colegio? La Cámara de Representantes deberá votar para elegir al presidente. Esto solo ha ocurrido una vez, en 1817, cuando fue electo James Monroe. En aquellas elecciones participaron cuatro candidatos, de ahí que ninguno obtuviera la mayoría.
El periodo entre las elecciones -o interregno- y la toma de posesión comprende 79 días. Durante este tiempo, el colegio electoral se reunirá para realizar el conteo formal. A este se agregará la Cámara de Representantes recién elegida y, posteriormente, el Senado.
El interregno, que por lo general es un lapso aprovechado para realizar trámites, podría convertirse en un campo de batalla en los tribunales electorales e, incluso, en las calles. El propio Trump ha comentado de forma sarcástica que solo aceptará los resultados si le son favorables. Además, ha expresado que desconfía del voto por correo postal y podría utilizar los defectos que presenta este sistema para impugnar su legalidad.
Por otro lado, los medios estadounidenses prevén que el peor escenario se daría si Trump declarara un estado de emergencia. Si llegan a surgir protestas (como en los últimos meses) el presidente podría mandar al ejército a las calles o cerrar las oficinas de correo o centros de votación. Se teme incluso que los electores miembros del colegio sean elegidos por los legisladores del estado y no por los votantes, en caso de que se registren muchas irregularidades, algo que no ha ocurrido durante más de un siglo. Es decir, los estados cuya representación en la Cámara sea mayoritariamente republicana podrían verse obligados por Trump a elegir a sus electores, así emitirían su voto a favor de Donald Trump sin importar la intención popular.
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