El camino hacia una carrera exitosa en el arbitraje internacional está pavimentado de mitos y expectativas poco realistas; pero en ese camino se forman perfiles referentes, como el de Guido Tawil, quien ha construido una trayectoria reconocida. Tawil, además de árbitro independiente, es especialista en derecho administrativo y su carrera inició hace más de 40 años.
En esta entrevista, exclusiva con LexLatin, el reconocido jurista argentino comparte sus reflexiones sobre la formación de nuevos talentos en arbitraje y desmitifica también algunas percepciones comunes sobre esta práctica legal. Tawil ofrece una mirada pragmática sobre los desafíos y oportunidades que presenta esta especialidad para los abogados latinoamericanos.
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LexLatin.- Como expresidente de ALARB y miembro del Consejo de Gobierno de ICCA, entre otras distinciones, ¿qué cualidades considera esenciales para alguien que busca forjar una carrera exitosa en el arbitraje internacional, especialmente para quienes provienen de Latinoamérica?
Guido Tawil.- Son condiciones esenciales contar con una buena formación jurídica, tener carácter, dedicación y poder comunicarse bien en forma escrita y oral.
También es fundamental la cabeza fría y la habilidad de trabajar bajo presión: las situaciones imprevistas se presentan todo el tiempo. Obviamente, la capacidad para adaptarse es tan importante como los idiomas. Pero, como en cualquier especialidad, lo que distingue a los buenos abogados es la habilidad para tomar buenas decisiones en momentos de crisis.
Con respecto a la formación jurídica, ha mencionado, en el pasado, lo importante que es tener un buen bagaje en derecho sustantivo, antes de siquiera considerar una especialización en arbitraje...
La gente ha idealizado hasta cierto punto al arbitraje. Creen que es muy 'sexy', que quienes se dedican a esta práctica viajan en primera clase y solo comen 'gourmet'. Se ha formado una fantasía alrededor de este oficio. Si bien es una práctica muy interesante, dista mucho de ser un lecho de rosas. Es particularmente sacrificada y competitiva en un mercado en el que participan —y compiten— colegas muy preparados y de todo el mundo.
Para ser un buen abogado en arbitraje no basta con saber de procedimientos y reglas. Primero se debe ser un buen abogado y tener una formación sólida en alguna de las ramas del derecho sustantivo.
A la hora de pensar en especializarse en arbitraje, es importante tener en cuenta que no todas las jurisdicciones tienen la misma demanda profesional. Es frecuente recibir currículos de abogados que quieren dedicarse al arbitraje internacional sin conocer el mercado laboral en el que quieren desarrollarse. Una cosa es estar en París, Londres o Nueva York, o en países latinoamericanos con mucha actividad arbitral como Brasil y Perú, y otra cosa es estar en otras jurisdicciones en donde la demanda no es tan grande.
Varios de los principales equipos de arbitraje de muchos países de la región reclutan, a lo sumo, un abogado por año, y aún así reciben decenas de currículos. Los abogados jóvenes deben tomar sus decisiones en cuanto a las especialidades a las que quieren dedicarse, en función de los mercados en los que van a trabajar.
He escrito antes que en ocasiones puede también presentarse cierto conflicto de interés entre las instituciones académicas y el mercado laboral: existe la demanda y hay una importante oferta académica en la que la gente se anota, suponiendo que el posgrado abre necesariamente la puerta del trabajo, pero no siempre es así. Cada mercado tiene sus particularidades y, más allá del loable esfuerzo de intentar desarrollar una nueva especialidad, poco sentido tiene optar por especializarse en esta materia si en la jurisdicción en que uno intenta desarrollarse no existe esa práctica arbitral y consiguiente demanda laboral.
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Considerando su experiencia en formación de profesionales, ¿qué consejo le daría entonces a un joven abogado latinoamericano que aspira a desarrollar una carrera en arbitraje internacional pero no sabe por dónde comenzar?
Mi consejo es claro: fórmate primero en derecho sustantivo, ya sea comercial, administrativo, internacional etcétera, y, luego, si te interesa el arbitraje y si existen oportunidades en tu jurisdicción, trata de acercarte a los equipos que ya trabajan en arbitraje, idealmente a equipos de litigio en arbitramento.
Si ya tienes un trabajo relacionado con el arbitraje entonces vale la pena hacer un posgrado o un diplomado en esa materia, pero no creas que alcanza un posgrado o diplomado en arbitraje para dedicarse a eso. Primero conviene especializarse en derecho de fondo y luego sí considerar ir adentrándose en el arbitraje. El arbitraje se aprende esencialmente en la práctica.
Hay que acercarse a los centros de arbitraje y sobre todo a quienes hacen arbitraje, sean abogados de parte o árbitros. Mi recomendación es que, si eres un abogado joven, toques las puertas de aquellos que litigan en el arbitraje. La formación en la abogacía del arbitraje es esencial al comienzo, ya después habrá tiempo para trabajar con árbitros o para convertirse en árbitros, pero esa formación inicial en el litigio es esencial para aprender a manejar la presión y entender cabalmente las exigencias del oficio.
Si empiezas trabajando con abogados de parte, luego podrás ser abogado de parte; pero si empiezas trabajando con árbitros luego será más difícil adquirir la experiencia del abogado de parte. Serás siempre mejor árbitro si conoces las preocupaciones y el oficio de los abogados que representan a las partes.
Su experiencia incluye instituciones arbitrales de Asia, América y Europa ¿Qué desafíos específicos ha encontrado al trabajar con distintas culturas y qué consejos daría para superarlos?
Existe una práctica general de arbitraje que es común a las distintas culturas y en la que se han ensamblado tanto el common law como el derecho continental europeo. Hay diferencias culturales que hay que aprender, pero, el trabajo realizado por la IBA (International Bar Association) y otras instituciones internacionales ha permitido desarrollar instrumentos y una práctica general, ya razonablemente común a abogados de todas las procedencias.
En mi experiencia personal, un buen abogado latinoamericano puede desarrollarse exitosamente en cualquier ámbito. Conozco muchos abogados de la región que se desempeñan con éxito en los principales equipos de arbitraje del mundo, inclusive como líderes. Los latinoamericanos se destacan rápidamente, tanto por su formación como por su gran poder de adaptación. Habrá a veces limitaciones iniciales, ya sea por cuestiones de idioma o por ausencia de ciertos conocimientos específicos, pero se superan con el tiempo.
Tienes que aprender cosas puntuales, por ejemplo, las técnicas del cross examination (interrogatorios cruzados), que es muy común en arbitramento y es una tradición propia del derecho anglosajón, o entender el mayor acento que en otros sistemas se da al examen de los hechos. Sin embargo, para bien y para mal, los latinoamericanos hemos vivido tantas circunstancias particulares que hemos aprendido muy bien a adaptarnos rápidamente en otros contextos.
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Desde su perspectiva, ¿cómo evalúa la evolución del arbitraje doméstico en América Latina?
El arbitraje se ha desarrollado enormemente en los últimos 20 o 30 años. Los estándares de arbitraje internacional han ido permeando positivamente en los procesos de arbitraje doméstico. El ejemplo clásico de estándar internacional es el de la prohibición de las comunicaciones ex-parte, en la que el árbitro designado no puede comunicarse con la parte que lo designó, salvo en situaciones puntuales y previamente autorizadas.
Se han formulado ciertas críticas hacia el arbitraje internacional; se menciona con frecuencia una percepción de falta de transparencia, ya que muchas veces los detalles de los casos, las decisiones y la justificación detrás de ellas no se hacen públicos.
Las críticas son consecuencia del éxito del arbitraje. Cada vez hay más arbitraje y más gente haciendo arbitraje. Si los sistemas judiciales funcionaran correctamente estaríamos todos haciendo litigio ante los tribunales de justicia. El arbitraje es una solución alternativa potenciada por los problemas que presentan los sistemas judiciales.
No comparto la crítica de la falta de transparencia. Creo que el sistema es transparente y es un sistema que funciona, al menos es lo que he podido ver desde adentro. Claro, funciona tan bien o tan mal como cualquier otro sistema. A veces puedes poner a los mejores jueces a resolver conflictos y las sentencias no son de la calidad que uno se imaginaba; lo mismo puede ocurrir con los mejores árbitros y los laudos que producen. En todo caso, no conozco una alternativa mejor al de los sistemas judiciales que el arbitraje.
El arbitraje no es un reemplazo del sistema judicial, es un complemento. Y todo árbitro internacional sabe que lo único que tiene, su único y verdadero capital, es su buen nombre y su reputación. Si alguien se comporta de forma inapropiada, los demás, inevitablemente, lo sabrán y el sistema lo depurará.
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También se menciona cierta parcialidad a favor de los inversores extranjeros en detrimento de los intereses de los Estados y, por extensión, del interés público.
Tampoco creo que exista la parcialidad referida y no me parece bueno que se vea al arbitraje de inversión como una disputa de unos contra otros. Dicho ello, siempre he creído que muchas de las disputas en materia de inversión podrían resolverse sin necesidad de llegar al arbitraje. Si bien existen excepciones, uno debe suponer que existe un interés común entre los Estados y los inversores privados, en que las inversiones se desarrollen en beneficio de las comunidades en las que se encuentran radicadas.
Un conflicto que termina con un inversor perdiendo su inversión o recuperando el dinero invertido y retirándose de la comunidad en que la desarrolló un proyecto, durante años, no debería ser motivo de celebración para ninguna de las partes. Habrá casos que terminarán inevitablemente en litigio, porque no hay otra alternativa, pero muchos otros pueden y deben intentar solucionarse con diálogo.
En ese contexto, las dificultades que enfrentan en numerosas jurisdicciones los funcionarios intervinientes para arribar a transacciones no son un elemento menor. La ausencia de marcos jurídicos que los autorice a transigir la disputa o el simple temor a las consecuencias políticas, judiciales o administrativas futuras de un acuerdo lleva, no en pocas ocasiones, a que controversias que lógicamente deberían ser conciliadas terminen en largos y costosos conflictos judiciales o arbitrales.
La existencia de mecanismos aptos para solucionar amigablemente las controversias entre los Estados federales, provinciales o municipales y sus administrados (sean ellos nacionales o extranjeros) en forma transparente y confiable continúa siendo una necesidad en la mayor parte de nuestros países.
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